Introducción

Siempre he querido tener un espacio en el que pueda publicar mis escritos para aquellos que los quieran leer, no sigo reglas y simplemente dejo a mi imaginación que escriba lo que quiera decir. Escribo de todo, de la vida, bitácoras de viajes, lo que me preocupa y mil cosas más. Bienvenidos a todos aquellos que quieran conocer mi mundo!

jueves, 2 de junio de 2011

ENTRE CALLES Y CARRETERAS MEXICANAS

Los días pasan y cada día me hace mas falta levantarme en México con mis amigas, con su frescura, con su tranquilidad, y sobre todo compartiendo cada pequeña cosa de sus respectivos mundos. Siempre había una sonrisa, un buen plan para compartir, una nueva comida por probar, y así fuera la cosa más sencilla la pasábamos de poca madre porque estábamos juntas. Que buen regalo me dejó Cuba, me dejó tres amigas con las que tengo mil cosas en común y las cuales me hacen muy feliz. Además, gracias a ellas pude realizar este viaje inolvidable a México del cual todavía hay mil cosas que contar y pareciera que nunca voy a acabar de describir todo lo que vi, conocí, y comí.

Aunque yo estaba de vacaciones mis amigas seguían con sus rutinas laborales. Gracias a Dios, ellas trabajan por contrato y pudieron distribuir sus diferentes compromisos para pasar la mayor parte del tiempo conmigo. Hicieron maravillas para que yo estuviera bien y siempre acompañada por alguna de las dos, o por algún amigo o familiar de ellas. Solo una vez, Ale estaba complicada y me preguntó si me gustaría acompañarla a trabajar. Yo acepté encantada. Era lunes y  había amanecido en su casa (Ale vive en un apartamento muy acogedor con su mamá, su hermano y sus dos perros, Dan y Lía; en Echegaray). Esa mañana ella llegó a mi cuarto temprano con una tasa de café para despertarme (Vale la pena comentar que en las casas de mis dos amigas mexicanas me consentían más que en mi propia casa). Me levanté, nos arreglamos y salimos caminando con dirección a La Escuela Activa de Fotografía, Cede Echegaray, donde Ale dicta clases. Iniciamos nuestro recorrido caminando y atravesando los circuitos de Satélite (y si me dijeran ahora que hiciera el recorrido sola no podría pues los circuitos son bastantes enredados, todas las calles llegan al mismo lugar y se parecen las unas a las otras). En el camino Ale me contó cual era su plan para la clase de ese día; me dijo que iba a hacer clase de toma de fotos en estudio y me contó de sus alumnos. Ella dicta clase de revelado de fotografía con técnicas antiguas, y su novio Roberto da clases de fotografía de producto en la misma escuela. Es decir que podía presenciar dos clases esa mañana. Cuando llegamos conocí a los alumnos de Ale mientras ella y yo nos tomábamos un café. Identifique entonces la alumna fastidiosa, la bacana, la nerd, la sabelotodo, el guapo del grupo, el sobrado, en fin. Lo normal que ocurre en un salón de clases. Sus estudiantes empezaron a poner las luces de tal forma que al modelo que tomaran le resaltaran los gestos de la nariz. Ale decía que lo importante siempre era que la luz fuerte quedara directa en el elemento que debían resaltar. Recordé nuestras clases de fotografía en Cuba, donde con tres luces a medio funcionar hacíamos maravillas. Luego llegó Roberto, el novio de Ale, y me invitó a estar en su clase de teoría. Ese día daba la cátedra de tomas de fotografías para elementos traslúcidos (vidrio, agua y transparencias). Yo me sentía como una estudiante ávida de saber muchas cosas, y acepté la invitación. La verdad es que tenía miedo, pensé que me quedaría dormida en el segundo 5 de la clase… pero no fue así. Roberto es una persona que definitivamente nació para enseñar, tiene toda la paciencia del mundo y se explica muy bien. Fue una clase muy interesante que me espantó el sueño, y me dejó todo el tiempo atenta a cada cosa que decía. Además me invitó a dar mi punto de vista como productora de Agencia de Publicidad. Fue una mañana muy lúdica. En mi poca experiencia de fotografía, definitivamente me faltaron dos clases como las que ellos dictan, y que en solo un ratico aprendí y entendí mil cosas que antes ignoraba. Me sentí una estudiante más de sus dos salones, con derechos a preguntar y demás. Fui muy feliz.

Después de la clase llegó la mejor parte, la comida. Esa tarde me llevaron a comer gorditas y carnitas, en un restaurante ubicado en algún circuito de Satélite. La gorditas son las arepas colombianas, pero a diferencia de las nuestras, estas están rellenas de chicharrón. Y las carnitas, son carne de cerdo en tiras y se comen envueltas en tortillas de maíz. Una comida muy típica mexicana, y como toda su gastronomía, deliciosa. Ese día  hacía un calor de los mil demonios, entonces nos aventuramos a pedir de sobremesa unas cervezas XX ámbar (y estábamos de suerte pues nos llegaron dos por una). Cuando terminamos de comer pedimos el postre, un flan de cajeta, un pequeño manjar que siempre te deja con el mejor sabor (la cajeta es como un arequipe colombiano, pero hecho con leche de cabra). Fue una deliciosa comida en donde también comentamos mi experiencia en las respectivas clases. Ya conocía y hacía parte del mundo de Ale. Al terminar Roberto se fue de nuevo para la escuela, pues tenía que dictar clase en la tarde; y yo acompañé a Ale a ver el que sería su nuevo apartamento. Ella se veía muy feliz, pues está en el proceso de independizarse de la casa de su familia y vivir por su cuenta. Un paso muy necesario para las mujeres de nuestra de edad. Cuando llegamos de regreso a la que era su actual casa, ella se puso a retocar unas fotos mientras seguíamos adelantando las historias y las cosas que en cuatro años no nos habíamos contado. Por la noche, cuando Roberto terminó su trabajo, pasó por nosotras y nos fuimos para Coyoacan a encontrarnos con Talía pues era su cumpleaños. Compramos el ponqué, y cuando llegamos a su casa le cantamos el feliz cumpleaños con velas y demás. Fue un día muy especial, era el primer cumpleaños de alguna de nosotras que lo pasábamos juntas. Estuvimos un rato, tomamos tequila, nos reímos, fumamos, descubrí unos ojos de un amigo de Talía que me encantaban, y con Rafa (el hermano de Talía) planeamos el itinerario para el día siguiente. Esa noche me quedaba en casa de Talía, pues al día siguiente iba con Rafa  para Acapulco. Una nueva aventura mexicana.  

Al día siguiente Rafa y yo iniciamos nuestra aventura, salimos de ciudad de México al medio día. Nuestra primera parada fue en el Alto de Las Tres Marías a comer quesadillas. En esa ocasión probé la quesadilla de cuitlacoche (el cuitlacoche es un hongo comestible que le da a las plantas del maíz y de la mazorca; en México es el único país donde lo comen, en otros países esa es la peor plaga que le puede caer a los cultivos. Es de un color gris verdoso bastante desagradable a la vista, pero delicioso al paladar). Una comida realmente exótica. Después de comer seguimos nuestro recorrido. Al llegar a Cuernavaca, no podíamos dejar de entrar. Rafa me contaba que había estudiado toda su Universidad en Cuernavaca y que era una ciudad llena de cosas buenas, llena de universitarios, de estudiantes extranjeros y de rumba. Entramos, dimos un recorrido rápido, y claro teníamos que ver el palacio de Cortés (antes de la conquista española esta era una tierra rica y gobernada por los Aztecas; rica en cultivos y construcciones. A la llegada de Cortés, y luego de vencer a los indígenas, Cortés construyó un templo católico en lo que antes era un templo indígena y construyó su casa de residencia que ahora es el mayor atractivo turístico de ciudad). Una construcción en piedra, tipo amurallada, de gran tamaño para demostrar su suprema soberanía en esas tierras que antes eran dominadas por los indígenas. Pasamos por la plaza, que como todas las plazas en la mitad tiene un quiosco, y seguimos nuestro camino tomando la autopista del Sol (una Autopista que si la comparas con las carreteras colombianas daría pena). Esta autopista es supremamente bien trazada, la atraviesan túneles y 5 puentes de gran altura (algunos de ellos son de tipo atirantados, lo que significa que están suspendidos por uno o varios pilones). Fue tal el impacto de verlos, que cuando pasamos por el puente más alto le pedí a Rafa que paráramos a tomarnos una foto. Era una estructura muy bonita y digna de ser retratada y memorizada por mi cámara y por mis ojos. Por debajo del puente pasaba un río y se veía que estaba metros por encima de él. Seguimos nuestro recorrido y vale la pena destacar que el paisaje que decora la carretera es árido y desértico (pareciera que si te varas en la mitad, no encuentras nada alrededor). Pasamos uno que otro pueblo, el desvío a Taxco, y al atravesar el último túnel es como entrar en una película surrealista. Uno entra al túnel y se ve un terreno árido, y al salir ves una vegetación abundante y verde por doquier. Eso ratifica la llegada a Acapulco.

Cuando llegamos se abre el panorama y se ve el mar. Llegamos a la perla del pacífico, a Acapulco, una ciudad de construcciones modernas y llena de gente (a pesar de haber sido un importante puerto en la época de la colonia, no se caracteriza por sus construcciones hispánicas sino por sus altos edificios y moderna construcción). Lo primero que hicimos fue ir al mirador de Puerto Marqués (este Puerto hace parte de Acapulco y queda en el extremo sureste de la ciudad. Está unido a la bahía  Santa Lucía (o bahía de Acapulco) por el cerro El Guitarrón con su punta La Bruja). La vista es espectacular, las playas, la tranquilidad y la belleza es indescriptible. De ahí seguimos con nuestra apretada agenda… la idea que teníamos era ir a la Quebrada para luego ver el atardecer en Pie de la Cuesta, pero ya era tarde y dejamos la ida a La Quebrada para después, un  después que no fue y no pudimos ir (La Quebrada es un importante centro turístico donde unos temerarios nativos se clavan a los acantilados. Dicen que la mayor atracción es verlos desde que suben por las peligrosas piedras, escalando descalzos y solo con traje de baño miniatura, llegar al punto más alto, rezarle a la Virgen y lanzarse directo al acantilado). Pero bueno en otra próxima visita me encantaría verlo.  Gracias al tráfico de la hora pico de Acapulco, y a que teníamos que atravesar toda la ciudad de un extremo a otro, no logramos llegar a ver el atardecer de la forma que queríamos. Sin embargo alcanzamos a ver el último rayo de sol escondiéndose en el horizonte en Pie de La Cuesta (una playa ubicada al noreste de Acapulco y se caracteriza por la bravura del mar abierto, por sus múltiples restaurantes en la playa, y por su tranquilidad). Ahí disfrutamos un rato, caminamos por la playa, molestamos con el último rayito del sol, y yo por quererme mojar los pies, una ola gigante me empapó de pies a cabeza (valga la aclaración, llevaba pantalón blanco y nos moríamos de risa con Rafa). Luego nos tomamos una cerveza y comimos algo en un restaurante de la playa. Esta vez, aproveché para comer camarones apanados. Hablamos un rato largo, disfrutamos del sonido del mar, y se nos pasó el tiempo sin ir a La Quebrada. Volvimos a la ciudad de Acapulco ya entrada la noche, buscamos un hotel sencillo y nos instalamos (eran unos bogaloos de los cuales no recuerdo el nombre, pero si se que estaban ubicados cerca a la costera y a la playa). Rafa tomó una siesta y yo me arreglé para salir de fiesta. Apenas estuve lista nos fuimos a conocer la rumba de Acapulco (no se sabía cual de los dos era más desubicado, pues cuando salimos del hotel dimos una vuelta y por casualidad nos regresamos al mismo punto de donde habíamos salido. Parecíamos caminando en los circuitos de Satélite). Todo era un motivo de risa y de mil anécdotas para contar. Mientras caminábamos hacia el bar, pasamos por la fuente de Diana, vimos bares muy tristes, sin gente y aburridos (como un karaoke que hasta la pista estaba desafinada), y otros que estaban prendidos y llenos de gente. Al fin encontramos uno que nos gustó, del cual no recuerdo su nombre pero tenía dos figuras de piratas en la entrada y vista al mar (Acapulco es famoso por los miles de ataques de piratas que sufrió en la época de La Colonia Española, y esto parecía estar presente en ese bar). Nos tomamos un par de tragos, bailamos, hablamos de mil cosas y luego nos fuimos al hotel a descansar. Al día siguiente Rafa tenía que trabajar y yo me fui para la playa a disfrutar del sol. La playa es preciosa, con arena clara y una vista increíble. Me quedé un rato largo, y luego volví al hotel a encontrarme con Rafa. De ahí fuimos juntos a desayunar a un restaurante a la orilla del mar, desayunamos huevos revueltos envueltos en tortillas de maíz. Después de un rato volvimos al hotel a empacar maletas, hacer check out y nos fuimos a caminar por el malecón, por el centro de Acapulco, y nos comimos un delicioso raspado en medio de tanto calor (cada día subía de peso, pero estaba tan feliz que no me cambiaba por nadie). Terminamos nuestro paseo dándonos una suculenta comida con todo tipo de mariscos, en un restaurante a orillas de la playa La Caletilla. De ahí nos montamos en el carro y volvimos a tomar la Autopista del sol para regresarnos a ciudad de México.

Un paseo inolvidable que solo me dejó ganas de volver para conocer aquello que me quedó pendiente; la Quebrada, el Cerro del Guitarrón, en fin. Acapulco es una ciudad muy emocionante, con playas hermosas (aunque los mismos mexicanos dicen que en cuestión de playas es la más feita, quisiera saber entonces cuales son las playas que para ellos son hermosas). En esta travesía además, vale la pena resaltar que tuve un excelente compañero de viaje con el cual siempre había una razón para reír y molestar.